¿Qué tienen en común
Miami, Nueva York y Ventura en el Estado de California? En todos esos
lugares existen iquiqueños que recuerdan con cariños las tibias aguas
de Cavancha y la elegancia del Teatro Municipal.
Ellos forman parte de un
extenso grupo de personas que fueron en busca del sueño americano y que
hoy han decidido compartirlo con sus coterráneos.
Al igual que muchos
iquiqueños, John Escobar viajó junto a su esposa Lorena Mena a Nueva
York durante las vacaciones de 1999. La idea era quedarse un par de
semanas y conocer la ciudad. Sin embargo, las luces y el estilo de vida
en esa zona fueron más fuertes. Decidieron quedarse y comenzar una
nueva vida. Al principio fue difícil, especialmente hablar el idioma,
las costumbres y la comida. "Si supieran el deseo que tengo de
comer pan de la panadería Bulnes", asegura.
"La gente en Nueva
York es muy especial. Ellos suben al tren subterráneo y no le dan el
asiento a alguien con muletas o que no tiene una pierna. Yo lo he visto.
El neoyorkino es frío, rápido y no le importa el resto de la
gente".
A su juicio, lo que él
cambiaría es la conciencia de la gente respecto a los demás. Después
de los atentados, la gente se unió. "Pero ya ha pasado un poco.
Era una moda. Ahora, en realidad todos están asustados".
Los trabajos que realizó
fueron variados. Primero barrió al interior de una fábrica de ropa,
luego estuvo en una fábrica de botones. En ese lugar aplicó los
conocimientos de electrónica que aprendió en Iquique. Más tarde
conoció a un ecuatoriano que se dedicaba a reparar calderas
industriales y de hogar. A través de ese trabajo conoció a unos
alemanas que controlaban la empresa Hasko Utilities. Una vez reparó un
dispositivo electrónico que funciona junto a la caldera. Los alemanes
quedaron impresionados, ya que nadie arreglaba esos aparatos, sólo los
cambiaban por uno nuevo que cuesta alrededor de 1.400 dólares y le
ofrecieron trabajo. La jornada se extendía de seis de la mañana a dos
de la tarde. Ahí ganó dinero, pero no estaba cómodo.
Luego de unos meses, su
esposa y él decidieron radicarse en Miami. John había tomado un curso
de buceo deportivo y su intención fue dedicarse a trabajar en ese
rubro. En primera instancia estuvieron en una empresa relacionada con
ventas a través de Internet. El trabajo era bueno, pero al parecer los
jefes no andaban en buenos pasos. En una ocasión llegaron agentes del
FBI para investigar las actividades de la firma.
A pesar de este traspié,
para John radicarse en Miami fue la mejor decisión. Ahí nació su hijo
Sebastián el pasado 15 de julio. "El ya es un gringuito".
Asegura que trabajo nunca
le ha faltado. "Aquí la mano de obra es muy bien pagada, incluso
hasta la gente que recoge la basura gana buen dinero. Esa es la
diferencia: aquí el que se parte la espalda trabajando, se le paga muy
bien. Eso no ocurre en Chile".
Sobre Iquique, explica que
"al pasar el tiempo y estar fuera del país, uno valora lo que
tiene en su tierra".
"Me gustaría volver.
Es nuestra meta final. Aún tenemos que juntar más dinero. La idea es
montar un negocio en Iquique."
MIAMI
Miami también fue el
destino para Viviana Ortiz Rojas y su familia. Actualmente Viviana tiene
40 años. Su juventud la pasó en Cavancha y en la casa de sus padres
ubicada en calle José Miguel Carrera, entre Amunátegui y Barros Arana.
Sin embargo su interés no
estuvo en buscar el sueño americano o el exíto económico, sino que
prestar ayuda a las personas que más lo necesitan.
Luego de varios intentos y
pensarlo muy bien, Viviana junto a su esposo Humberto Oyarzún viajaron
hasta Miami para desarrollar una misión evangelizadora. En este
proyecto también les acompañaron sus dos hijos Felipe y Yoselyn. Parte
de este trabajo radica en prestar ayuda humanitaria y espiritual a las
personas sin casa, los "homeless" que viven en Miami.
A pesar de la imagen de
éxito económico y la belleza de su playa, esta zona posee una gran
cantidad de personas desemparadas. "Aquí también hay gente que
vive bajo cartones. Siempre encontrarmos gente de diferentes razas,
países y, lamentablemente, también connacionales".
La situación se agrava
aún más ya que la mayoría de esas personas presenta problemas de
alcoholismo, drogadicción y prostitución.
"He sentido nostalgia
de Chile. Pero al mismo tiempo sé que estoy aportando un grano de amor
a las personas que más lo necesitan".
TODA
UNA VIDA
Julio Rocha Cordero, 58
años, emigró a Estados Unidos en 1977 con su esposa María Mujica
Ascui y sus tres hijos. Su decisión la tomó al poco tiempo después
que su madre viajara a ese país para radicarse definitivamente allá
luego de la muerte de su cónyuge.
"Yo me fui para
acompañarla e iniciar una nueva vida".
Sin embargo, su presencia
en Iquique había terminado 20 años atrás, ya que debido a su carrera
militar fue designado a distintos cuarteles en Santigo.
Trabajó en una empresa
del Estado hasta abril de este año. Actualmente está radicado en la
ciudad de Ventura, ubicada en el estado de California, y tiene en mente
crear una galería de arte en donde artesanos que viven en Chile puedan
exihibir sus productos en Estados Unidos.
Desde que salieron de
Chile, sólo han visitado Iquique en dos ocasiones. La primera en agosto
de 1999, cuándo esparció las cenizas de sus padres en la bahía de
Cavancha. Luego repitieron el viaje en abril de este año cuando
concurrieron con su hijo mayor, y cuatro de sus nietos.
El mismo reconoce que no
puede comparar el estilo de vida de Norteamérica con su experiencia en
Iquique. "Hoy Iquique es increíblemente diferente, desde sus
residentes, los puesto de erizos del mercado y su olor típico a
condimentos".
Explica que esa misma
sensación de agrado no es posible en Ventura, California. "Tenemos
en común el océano Pacífico, pero no tenemos acá una playa como
Cavancha".
De todas maneras Iquique
siempre está en su mente, incluso en los momentos más extraños. Don
Julio tiene una matrícula de automóvil personalizada. En vez de un
número, la patente muestra el nombre de "Iquique". Recuerda
que hace pocos meses iba en una autopista cuando un automóvil intentaba
alcanzarlo, tocaba bocinas y adelantaba en forma imprudente. Al
principio se asustó, hasta que comprendió que el otro conductor hacia
señas a través de la venta para decirle que él también era
iquiqueño. "No pudimos detenernos, pero ese momento me di cuenta
que Iquique siempre lo llevaría en el corazón".
Percy Avendaño G.
pcavendano@terra.com
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